El
pájaro más abundante de pueblos y ciudades, el único que nos ha acompañado fiel
desde el Neolítico, se bate en retirada. No hoy ni mañana, pero sus tendencias
mundiales a la baja son cada día más preocupantes.
Nuestras
ciudades irrespirables, ajetreadas, apretados, resultan ya demasiado para él y
se va. Lo echaremos de menos, pues a
pesar de no ser bello ni un gran cantor, sus piares nos alegran tanto, nos
recuerdan nuestro pasado rural, nuestra condición natural.
Prácticamente
se ha extinguido ya en grandes ciudades europeas como Londres, Dublín,
Edimburgo, Praga o Berlín. En Gran Bretaña han desaparecido unos cinco millones de parejas en los últimos
30 años. La situación no es aún tan
alarmante en España, donde con una población
de más de 160 millones de individuos, se considera la especie más
abundante y más ampliamente distribuidas. Pero se comienza a ver una
preocupante tendencia negativa. En los naranjales de Valencia, por ejemplo los
descensos son superiores al 90%. Y en el centro de Madrid cada vez hay menos.
Decía
el poeta Miguel Hernández que “los gorriones son los niños del aire”, empeñados
en una lucha alegre “por existir en la luz, por llenar los píos y revuelos el
silencio torvo del mundo”. Quizás éstos niños se han hecho mayores y se han
cansado de nuestros malos modos.
Se
extinguen porque en las áreas urbanas la culpa la tiene nuestra excesiva
limpieza de jardines y calles, lo que les escamotea alimento. La competencia con las palomas,
aunque si vamos al Parque de María Luisa en Sevilla, conviven con ellas, aunque
se llevan la peor parte. También se suelen ver mucho por las terrazas de los
bares, que van recogiendo cuanta migajas cae al suelo, incluso les echamos
trocitos de pan y eso resulta agradable de verlos.
Aún en
mis pueblos de los alrededores de Sevilla como Palomares del Rio, Gelves, Coria del Río, Puebla del Río con sus
arrozales, se pueden ver muchísimos gorriones en bandadas y vemos como todavía hay vida en el campo y en
los pueblos para el gorrión. En mi casa los tengo de inquilinos en el tejado y
el patio.
Termino
con esta poesía de Claudio Rodríguez dedicada al humilde gorrión.
GORRION:
No olvida, no se aleja, este granuja astuto de nuestra vida.
Siempre de prestado, sin rumbo, como cualquiera, aquí anda,
se lava aquí, tozudo, entre nuestros zapatos.
¿Qué busca en nuestro oscuro vivir? ¿Qué amor encuentra en
nuestro pan duro?
Ya dio al aire a los muertos este gorrión, que pudo volar,
pero aquí sigue, aquí abajo, seguro, metiendo en su pechuga todo el polvo del
mundo.